Estaba al borde de la depresión. El tener que levantarme día tras día para ir a trabajar y tener que enfrentarme al director del Colegio de Educación Secundaria en el que llevaba trabajando desde los veinticuatro años (tengo en la actualidad treinta y siete) se me hacía cada vez más insoportable, insuperable… Tenía que ser verdaderamente una auténtica idiota e ineficaz profesora para sentir eso y no dejar por ello la docencia, tal y como me lo iba repitiendo cada día a gritos mi superior.